SAN EGIDIO
El nombre de Egidio es muy querido entre los Franciscanos, porque en la Orden hay varios Beatos con este nombre. El más conocido de ellos es el amigo de San Francisco, el cándido Fray Egidio, que de su origen campesino había conservado la laboriosidad y la sabiduría, constantemente invadida por la "perfecta alegría" y por el don de la argucia. Pero el santo de hoy, muy popular en Francia, no pertenece a la familia franciscana, pues vivió muchos años antes de San Francisco. No se conoce con precisión la época en que vivió el abad Egidio (en francés Gilles). Algunos historiadores lo identifican con Egidio, el que fue enviado a Roma por San Cesáreo de Arles al comienzo del siglo VI; otros lo colocan un siglo y medio más tarde, y otros sostienen que murió entre el 720 y el 740.
En este caso la leyenda no nos ayuda, porque entre los varios episodios de la vida del santo anota también el que ilustran dos vitrales y una escultura del portal de la catedral de Chartres. Allí se representa a Egidio mientras celebra la Misa y obtiene el perdón de un pecado que el emperador Carlomagno (768-814) no se había atrevido a confesar a ningún sacerdote. La tumba del santo, venerada en una abadía de la región de Nimes, se remontaba probablemente a la época merovingia, aunque la inscripción no era anterior al siglo X, fecha en la que se escribió la Vida del santo abad, entretejida de prodigios, como los de las leyendas que se narraban con fines de edificación.
Entre las narraciones que más contribuyeron a la popularidad del santo está la de la cierva enviada por Dios para llevarle leche al piadoso ermitaño, que desde hacía varios años vivía apartado en un bosque, alejado del bullicio de los hombres. Un día la cierva cayó en manos de unos cazadores dirigidos por el rey en persona. El rey cazador perseguía al animal, pero en el momento de preparar la flecha no se dio cuenta de que el animal atemorizado estaba ya a los pies del ermitaño. Así que la flecha destinada al cuadrúpedo hirió al piadoso anacoreta. El incidente tuvo las consecuencias fácilmente comprensibles: el rey se hizo amigo de Egidio, se hizo perdonar y le regaló todo ese territorio, en donde se construyó una grande abadía. Aquí el buen ermitaño, en vez de la soledad irremediablemente perdida, tuvo el consuelo de ver prosperar una actividad comunitaria de monjes, de quienes fue su abad. Son muy numerosos los testimonios de su culto en Francia, Bélgica y Holanda, en donde se lo invoca contra la fiebre, el miedo y la locura.
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