I. Es necesario mortificar el cuerpo para expiar el placer que has gustado en el pecado. No podrías satisfacer de otro modo a la justicia divina. Si no pagas tu deuda en esta vida, te será menester que la canceles en la otra. Elige. Es preferible soportar algo en este mundo, porque en él los sufrimientos son más llevaderos, más cortos y merecerán una corona en el cielo. En el purgatorio, la medida de nuestros suplicios será la de los placeres que hayamos gustado en este mundo; porque seremos castigados por aquello mismo por donde hayamos pecado (San Bernardo).
II. Es preciso mortificar los sentidos para no caer en pecado. Si te tomas la libertad de ver todo, de oír todo, de decir todo, pecarás a menudo. Acaso no sea pecado ver, oír, decir tal o cual cosa, pero, con frecuencia, te dispone a él. Si no te abstienes de las cosas permitidas, caerás pronto en las que están prohibidas. Vigila tus sentidos, son las puertas por las cuales entra el pecado mortal a tu alma. ¿Qué violencia haces a tus sentidos? Casi nada les rehusas, acaso nada.
III. Tus pasiones deben ser reprimidas tanto como tus sentidos; ellas son las que suscitan en tu alma esas tempestades en las que tan a menudo naufraga tu virtud; ellas son las que turban tu tranquilidad y te hacen desdichado. Examina, pues, con atención, cuáles son tus pasiones dominantes; son las víctimas que debes inmolar al pie de la Cruz. Adora lo que has quemado, quema lo que has adorado (San Remigio).
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